viernes, 24 de septiembre de 2010

Partes Singapurenses (II)

Un billete de ida y vuelta a Barcelona: 4,70 €.

Una T-10: 7,95 €.

La 6 ª Temporada de LOST: 46.99 €

Ir a Starbucks, pedir un p*** café con leche de toda la vida y que la dependienta te mire como si hubieras pedido uranio empobrecido, no tiene precio.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Visita al matadero

Habéis visto The Ring? Sí, hombre, aquella película de terror que se centra en una misteriosa cinta de vídeo que, momentos después de verla, recibes una llamada de teléfono avisándote de que palmarás en una semana.





¿Os imagináis el mal rollo que te entra? ¿El mal trago que pasas durante toda esa semana, contando los días y las horas que faltan para irte al otro barrio? Y lo mejor peor de todo: pensando cómo será el gran momento. ¿Me caerá un piano de cola en la cabeza, en plan George Clooney? ¿Me atropellarà un bus conducido por un autobusero kamikaze que se salta las paradas y no se limpia las uñas? ¿Moriré asfixiada por el calor y los aromas sobaquiles dentro de un vagón de tren en dirección Barcelona a las 8 de la mañana? ¿Por sobredosis de Ibuprofeno? ¿Me atragantaré con un trozo de librito de lomo? ¿O quizás por un Actimel caducado?

Bueno, ejem... Como decía antes de dejarme llevar por esta... digamos... macabra emoción, pasados los 7 días, efectivamente, te sale una niña con el pelo grasiento de dentro del televisor y arrastrándose por el suelo de una manera extraña, te pega un grito y, ¡PUM! La espichas.

Pues bien, seguro que alguna vez en la vida, todos hemos recibido alguna llamada chunga que nos ha cortado la respiración. Llamadas que te hacen poner la piel de gallina, que hacen que te tiemble la voz y que te quedes pálido como un cadáver.

Todo empieza cuando estás en casa, tranquilamente acomodado en el sofá mirando la novela de la tarde. De repente, un sonido agudo e irritante resuena en el ambiente. Llaman al teléfono. Con mala hostia, te levantas del sofá despotricando, renegando y murmurando que estas no son horas de llamar, y menos en esta escena tan importante.
¡No se podían esperar hasta los anuncios, no! Tiene que ser ahora!
Te acercas al teléfono, miras la pantallita y como el número que aparece no parece sospechoso, levantas el auricular y te lo acercas al oído.
¿Diga?
No tardas en darte cuenta de que ha sido un grave error. Desde el otro lado del teléfono, una voz misteriosa suelta las palabras más terribles que un ser vivo puede escuchar nunca:
Buenas tardes. Llamamos de la clínica dental
Un escalofrío te recorre toda la espalda. En este momento te quedas paralizado, con los músculos rígidos y la mirada perdida. Piensas que tarde o temprano te tenía que tocar y que, si no es hoy, volverán a insistir la semana que viene, y la siguiente, y la siguiente...
Te recordamos que hace ya un año desde tu última visita, y ya toca una limpieza. ¿Qué día te iría bien?
Se regodean en sus sádicas palabras y tú, acojonado perdido, piensas en colgar el teléfono como un cobarde y continuar mirando la novela, como si nada hubiera pasado. Pero ellos insisten para que elijas una fecha. Finalmente, sin poder aguantar tanta presión, tragas saliva y, con la voz temblorosa, consigues pronunciar con un hilo de voz:
Cualquier día por la tarde me va bien...
Ya la has cagado. Te encasquetan la visita el próximo lunes a las 5 y media de la tarde, te dicen adiós y hasta el lunes.

¿Lunes? ¡Pero si sólo quedan 3 días! Apenas tendrás tiempo para despedirte de tu familia y de tus amigos.... Bien, no te entretendrás y te centrarás en la gente que vive en un radio de menos de 5 Km. A la gente que viva más lejos, ya les enviarás un mensaje por Facebook y, de paso, material de construcción para Farmville, que sino se enfadan.

Durante los 3 días siguientes te sientes como la protagonista de The Ring. Tanto, que incluso acabas por desear que se te aparezca la niña de los cabellos grasientos, te pegue un grito y se te lleve, a ver si termina este sufrimiento de una vez.

Finalmente llega el día, y sólo haces que repetirte:
Limpieza... Sólo es una limpieza... No duele... No duele nada...
Pero todos sabemos que esto es una táctica para que piques, vayas confiado pensando que no corres peligro, y en el último momento: ¡ZAS! Te sueltan la típica frase de:
Uiuiui... Este puntito negro tiene mala pinta...
Con lo que te secuestran media hora más para arreglarte "el puntito negro".

Total, que estás tan nervioso que te presentes media hora antes. Llamas al timbre y al cabo de unos momentos se te aparece un espectro con pijama de color azul turquesa, mascarilla y lo que parece ser un pequeño gancho entre las manos. La mascarilla le tapa casi toda la cara, pero puedes llegar a distinguir una pequeña sonrisa maléfica. Con un gesto de la mano que lleva el gancho y un extraño brillo en los ojos, te invita a entrar en sus aposentos mientras te dice:
Hola, buenas tardes. ¿Si puedes hacer el favor de esperar unos minutos? Te llamaremos en seguida.
Y tú empiezas a avanzar por el largo y sinuoso pasillo de 2 metros hasta que llegas a LA SALA. Abres la puerta y te encuentras con otras almas en pena que esperan, pacientes, a que les llegue el turno.

Entras en la sala y te sientas en la primera butaca vacía que ves. Piensas que con la media hora que te queda tendrás tiempo para tranquilizarte e ir haciéndote a la idea.

Y es que no hay nada más relajante que estar sentado en esa butaca de piel que es de todo menos cómoda, entre aquellas cuatro paredes blancas decoradas con dos cuadros de algo que se quiere parecer al cubismo, y una triste ventana que da a la calle.

De fondo se oye una lúgubre musiquilla con violines, proveniente de un viejo altavoz cutre y salchichero colgado de una de las esquinas de la pared.

Y en un rincón de la sala está el mueble que no puede faltar nunca en una sala de espera. Allí está. Quieta. Esperando. Acechando. Intentas no mirarla, pero sigue allí. Tiene un poder de atracción que hace que, aunque no quieras, te acabes acercando y haciendo uso de ella. Exacto. Se trata de la mesa telebrosa de las revistas. Aunque se han dado casos de mesas que tienen revistas de viajes o incluso de ciencia, la mayoría de ellas sólo existen para un sólo tipo de revistas: las del corazón.

Haces de tripas corazón y procuras no mirar la mesa ni las revistas directamente a las tapas. Así que te dedicas a mirar la rancia decoración de la sala. Te centras en los cuadros y, por más que te fijas, no acabas de ver qué es lo que tienen pintado. Luego te limitas a mirar las caras de las almas en pena que te acompañan. Las observas atentamente y en el fondo te alegras porque la mayoría hace más mala cara que tú, menos un niño recién salido de la escuela (lo delata la mochila de Hannah Montana), acompañado de su madre, y con un sonrisa de oreja a oreja.

De repente, el pomo gira y la puerta se abre lentamente, dejando ir un chirrido digno de un castillo encantado. Una cabeza flotante con mascarilla aparece por detrás de la puerta, y ves que recorre toda la sala con su mirada perturbadora. En este momento te sientes como en Frodo en la escena del Monte del Destino, y suplicas para que el Ojo de Sauron pase de largo. Por suerte, la cabeza flotante se dirige hacia el niño, que sale muy contento y risueño por la puerta. Que tú piensas:
Ay, chaval, que no sabes lo que te espera. Dentro de 10 minutos saldrás berreando y sangrando como un p*** cochinillo.
Y efectivamente. No pasan ni 5 minutos que empiezan a oírse ruiditos escalofriantes, llantos y gritos. Quien se ríe ahora, ¿eh? Eso te pasa por hartarse de Phoskitos, gofres y Ositos Lulu de esps. Esto sólo es un aviso. Como continúes así, pronto te tendrán que arrancar la dentadura de cuajo. Ya verás como no ríes tanto la próxima vez que vienes al dentista. Al dentista no se ríe. Al dentista se viene acojonado. Ellos tienen el poder y como te pases un pelo te pueden hacer muuuucho daño.

Al cabo de nada se vuelve a abrir la puerta y reaparece la cabeza flotante. Esta vez sí que ya no tienes escapatoria. Notas la mirada sombría del espectro clavada en tu cuero cabelludo. Tú no quieres levantar la cabeza, pero una fuerza exterior te obliga a hacerlo. Y el espectro te dice:
Ya puedes pasar. Hacia la sala de la izquierda, por favor.
¡Ah! ¡Que hay más de una sala! ¡Esto se avisa, hostiaaaaaa!

Esbozas una sonrisa, falsa a más no poder, devuelves el Cuore (que no sabes como ha llegado hasta tu regazo) a la mesa tenebrosa, coges tus cosas y sales por la puerta, no sin antes hacer una última ojeada a la sala de las almas en pena, entre las que ves miradas de lástima y compasión.

Tal como te ha indicado el espectro, te diriges hacia la sala de la izquierda. La sala mortuoria. Sólo entrar y ver todos aquellos aparatos, te empiezan a venir a la cabeza flashes con imágenes escalofriantes. Y allí está él. El ser más maligno de este clan. Está de espaldas a ti y sentado en una silla ergonómica con ruedas. Ya que hay que hacer sufrir a alguien, al menos hacerlo cómodamente, claro que sí. Está preparando su informe, no quieras saber de qué.

De pronto, el ser maligno se gira y extiende su mano, supuestamente como gesto de saludo. Le das un apretón y vuelves a sonreír falsamente. Lo empiezas a hacer bastante bien. Te dice que te sientes en la silla. ¡Ahhh, la silla!





Un mueble del que le salen todo de tubos y herramientas puntiagudas similares a las que utiliza un tatuador no puede ser muy bueno. Te sientas. Él viene rodando con la silla hasta tu lado mientras se calza los guantes de látex haciéndolos petar. Pulsa algunos botones de la silla hasta que quedas en posición horizontal. Un foco te ilumina. Empieza la función.

Te pide que abras la boca lo más posible, pero a ti te cuesta porque tienes la mandíbula pequeña. Con el gancho en la mano (esperas por tu bien que no sea el mismo que iba paseando el espectro del pijama azul) te lo mete en la boca y empieza a hurgar con la ayuda del espejito, mientras murmura lenguas muertas. Después coge una de las herramientas en forma de taladro que cuelga de un tubo y la activa. El extremo puntiagudo empieza a girar rápidamente sobre el esmalte de cada uno de tus dientes, haciendo el mismo ruido que un cochinillo en celo. Y no será porque te hayan perseguido muchos cochinillos en celo, pero te imaginas la escena y en ese momento te entran ganas de partirte de risa, pero no puedes porque tienes la boca llena de dedos de dentista, herramientas puntiagudas, tubos aspiradores y agua.

La verdad es que no notas casi nada, salvo una pequeña vibración. Incluso estás a punto de darle las gracias cuando te saca un trozo de butifarra de huevo que se te había quedado enganchada entre los incisivos dos días atrás.

De pronto, vuelve a hablar lenguas muertas. Intentas entender lo que dice, pero entre el ruido del aspirador y del cochinillo en celo, sólo consigues distinguir estas palabras:
Uiuiui... Este puntito negro tiene mala pinta...
Y ahora eres tú el que empiezas a sudar como un cerdo. Temes lo peor. De las 5 herramientas que hay colgadas en la silla, sólo ha utilizado dos. Las otras tres seguro que las reserva para casos terminales. Pero, para tu sorpresa, a continuación te dice:
Bah, pero es poca cosa. Lo arreglaremos un poco y lo iremos vigilando para que no se haga más grande.
Después coge otra herramienta con forma de lijadora, la unta de una pasta gris y asquerosa y... ¡Mmmmm! ¡Si tiene buen gusto y todo! ¡Y además es dulce! Aprovechas cuando él se gira para pasarte la lengua por los dientes untados de pasta y te comes un poco. ¡Es tan buena! Y además hoy no has merendado, con los nervios...

Entonces apaga el foco, vuelve a colocar tu silla en posición normal y llena un vaso de agua para hagas gárgaras. No haces gárgaras. Quieres quedarte con ese buen sabor hasta la hora de cenar. Coges tus cosas y sales de la sala (ya no tan) mortuoria.

Vas hacia el mostrador de recepción y en ese momento ves a otro paciente que sale de la sala de espera con cara de cordero degollado dirigiéndose hacia el matadero. Al cabo de un rato aparece la recepcionista, y te dice que ya te volverán a llamar para la próxima visita.

Estás contento. Tan acojonado que estabas y, ya ves, los 20 minutos que has estado en la sala mortuoria han pasado enseguida. Te pensabas que sería más grave, que te encontrarían un montón de caries y que se montaría allí la masacre del siglo: gritos, berridos, llantos, litros y litros de sangre esparcidos por el suelo, los ayudantes sujetándote en la silla y el dentista taladrándote la boca...

Por suerte, nada de eso ha pasado y tú sigues vivo. De todos modos, este lugar infernal aún te hace venir escalofríos, así que te dispones a marchar rápidamente, pero la recepcionista hace un gesto con la mano para que te detengas. ¿Qué quiere ahora?
Bueno, pues serán... 60 €, por favor :)
Y ahora sí que te acaban de matar.