miércoles, 10 de marzo de 2010

London - Día 1

La noche anterior casi no dormí. A mí me parecía que no, pero en el fondo estaba hecha un manojo de nervios! Me fui a la cama a las 2 de la madrugada pero a las 7 del día siguiente ya estaba en pie, así que aproveché para terminar de arreglarme la maleta y prepararme la documentación necesaria. Cogí el DNI, pasaporte y un sobre con 170 libras en billetes pequeños (y sin marcar), y lo puse todo dentro de la riñonera.

A las 11 salimos de casa, subimos al coche y rumbo hacia el aeropuerto de Girona. En menos de una hora llegamos pero como no teníamos que facturar maletas, aprovechamos para comer algo ya que, probablemente no tendríamos tiempo de volver a comer hasta la noche.

Mis amigas se comieron una hamburguesa con patatas fritas y ketchup, pero yo, a no ser que se traten de las hamburguesas hechas por mi madre (caseras, delgadas, jugosas, rellenas de queso fundido y con sabor a hamburguesa (¡y que conste que no le estoy haciendo la pelota!)), no como. Así que me pedí un frankfurt.

En cuanto terminamos, subimos al piso de arriba para pasar por el control. Nos tuvimos que quitar la chaqueta, las botas, los collares, las pulseras, los relojes, el cinturón, los ovarios hinchados y ponerlo todo en una bandeja. Pasamos por el escáner y, después de vigilar de no resbalar, caer al suelo y abrirnos la cabeza por culpa de un charco (supuestamente de agua) que había justo a la salida del escáner, nos volvimos a poner las botas, cogimos nuestras cosas y nos dirigimos a la puerta de embarque.

Nosotras fuimos de las últimas en embarcar y, por ello, una vez en el avión nos encontramos con que no había suficiente espacio dentro de los compartimentos para nuestras maletas. Lo hubiera habido si existiera gente amable en el mundo, pero como la mayoría guardaba sus inmensos anoraks de mierda de 5 kilos, tuvimos que estar las 2 horas de viaje con la maleta bajo los pies que, no es que molestara... es que molestaba mucho.

Pero por si fuera poco, además de estar con las piernas encogidas y acabar con la espalda como un cigüeñal de barco, las azafatas auxiliares de vuelo no paraban de dar por saco continuamente. Pasaron como unas 123565 veces con el carrito, ofreciendo bocadillos, bebidas, artículos de regalo, galletas de la suerte, revistas, boletos de lotería, tarjetas telefónicas, tarjetas rasca-y-gana y, atención, la última novedad en productos inútiles que no te comprarías en tu vida pero, como viajes en avión, molan: ¡cigarrillos sin humo! Para todos aquellos yonquis que no pueden estar ni 2 horas sin chutarse nicotina, se han inventado una especie de cigarrillos eléctricos (¡a 6 € el paquete!) que no se encienden, pero que proporcionan la dosis de nicotina necesaria para que el/la yonqui en cuestión no explote a medio vuelo y la líe parda.

A las tres, hora inglesa, aterrizamos en el aeropuerto de Gatwick. Recorrimos toda la terminal hasta llegar a la estación, desde donde cogeríamos el Gatwick Express, un tren-lanzadera que va del aeropuerto a Victoria Station y viceversa en media hora. Una vez allí, compramos dos Travelcards de un día, una para el viernes y otra para el sábado. Bueno, al menos esa era nuestra idea... Lo que no esperábamos era que al día siguiente nos encontraríamos con una sorpresita.

Nuestro Bed & Breakfast se encontraba en el barrio de Shepherd's Bush, al oeste de Londres (limita a la derecha con Nothing Hill), de modo que tuvimos que coger la línea azul - Victoria hasta Oxford Circus, hacer trasbordo con la línea roja - Central y, después de 7 paradas, bajar en Shepherd's Bush.

Me habían dicho que me abrigase mucho, que haría mucha rasca. Pero la verdad es que durante el camino de la estación al B& Bno me lo pareció. Ya eran las 4 y media de la tarde y, aunque el sol empezaba a esconderse, se aguantaba bastante bien. Pero lo que no me imaginaba es que no pensaría lo mismo al cabo de un par de horas, muahaha!

Después de caminar 2 o 3 islas por Uxbridge Road giramos a mano derecha por Aldine Street. Nuestro B&B se llamaba Jim's Guest House (¡viva la originalidad!), y estaba formado por dos casitas, situadas en la misma calle, pero separadas por unos 20 o 30 metros. En la primera es donde estaba el comedor y en la otra, las habitaciones. Nos tocó la nº 7, en la planta baja. Era bastante pequeña, pero muy acogedora. Tenía 3 camas, baño, armario, teléfono, televisión y cafetera, y una única ventana con unas maravillosas vistas al extractor de la calefacción.

A punto de nuevo para salir, nos dirigimos hacia la estación. Y lo primero que vimos cuando salimos de la boca del metro (y no es una manera de hablar) fue el Big Ben. Oh, qué bonito, qué grande, ponte que te hago una foto, blablabla.


El Big Ben

Entonces cruzamos el río por el puente de Westminster y, desde el otro lado, nos hicimos las típicas fotos con el Big Ben y el Palacio de Westminster en el fondo. Ah, por cierto, el London Eye es chulo pero no deja de ser una noria. En mi pueblo también hay una, cuando viene la feria, tsss!


El Palacio de Westminster

Después volvimos a cruzar el río por la otra acera y fuimos a ver Westminster Abbey. Es una iglesia gótica muy bonita e impresionante, pero de noche y detrás de una reja, no se apreciaba tanto.

Eran las 8 de la tarde, estaba ya muy oscuro y cada vez hacía más rasca. A pesar de llevar guantes, tenía las manos heladas y, de la nariz no paraba de salirme una sustancia viscosa, popularmente conocida como moquillo. Además, los labios se me empezaban a cortar y a quedarse en carne viva por culpa del viento.

Y después de esta bella imagen que se os habrá quedado de mí, sigo.

Volvimos a coger el metro, esta vez hasta Knightsbridge. Nuestra siguiente parada era Harrods. Aunque teníamos muy poco tiempo para visitar la ciudad queríamos hacer una visita rápida a estos famosos almacenes, por eso sólo paseamos por la planta baja ya que, junto con la fachada exterior de noche, es lo que más llama la atención.

La primera sala que nos encontramos estaba decorada con estilo egipcio antiguo, con una estatua de la esfinge, y en la que hay montones de complementos de marcas como Gucci, Luis Vuitton y otras pijada varias. A partir de la siguiente sala ya entrábamos en la zona de alimentación, donde se encuentra la carnicería y la pescadería, la charcutería (unos quesos, unos patés... ¡oh!), la sala de tés y cafés y, mi preferida, la pastelería: Las estanterías y los expositores estaban llenos de chocolates, bombones, galletas, dulces, mermeladas, pasteles, fruta confitada y otras cosas que ahora mismo no puedo describir porque entraría en coma de azúcar.


Fruta glaseada


Reproducciones de fruta hechas de mazapán


Para que os hagáis una idea, en este vídeo hay una reproducción bastante aproximada de mi reacción.

O sea que, si algún día desaparezco, ya sabéis dónde me tenéis que ir a buscar : D

Después de secarnos la espuma que nos salía de la boca y volver a ponernos los ojos dentro de las órbitas, seguimos el recorrido hasta la sala de los perfumes y productos de cosmética y, finalmente, la joyería. Aquello fue... ¿como lo diría finamente y sin ofender a nadie? Ver una estúpida pija recalcitrante acompañada de sus dos super-osea-amigas que no debían tener más años que yo, probándose un montón de colgantes para acabar comprando lo más ostentoso y cargado, sólo para llevarlo una vez en la vida, y pagándolo con la Visa de papá, es un hecho que me da ganas de vomitar.

De hecho, Harrods ya es un centro comercial con un nivel de pijura por metro cuadrado bastante preocupante pero, aún así, debo reconocer que me gustó hacerle una visita. Está todo bien decorado e iluminado, y los productos están colocados de una manera que llaman la atención cuando pasas por delante. También he de decir que no era todo tan caro como me imaginaba.



Botellas de agua H2Osea


Salimos de OseaVille, volvimos a coger el metro y bajamos en Hyde Park Corner, una parada después. Nuestra intención era ir a cenar al Hard Rock Café, visita obligada siempre que vamos de viaje. Pero, cuando llegamos había cola y, además, nos dijeron que aún teníamos para dos horas. Así que dimos media vuelta y volvimos a coger el metro, esta vez para ir a Picadilly Circus.

De hecho, lo único que llama la atención de esta plaza es la fachada con los rótulos luminosos al estilo de Times Square de Nueva York o Shibuya de Tokyo, ya que la plaza en sí es más bien una esquina con un chaflán ancho como el de la FNAC de Plaça Catalunya. La verdad es que me decepcionó un poco, me la imaginaba más grande y más espectacular.

Claro que, parte de esa indiferencia tal vez tuvo que ver con el hecho de que estaba cansada del viaje, de caminar, me dolía la espalda, tenía frío, hacía más de 9 horas que no comía nada y, además, mi vejiga estaba en un nivel crítico de hinchazón. Así que, en aquellos momentos, la verdad es que me daba igual que Picadilly Circus no fuera lo que me esperaba. De hecho, no saqué ni la cámara para hacer fotos del lugar, más que nada porque para coger el punto de vista bonito teníamos que cruzar la calle y, además, la otra acera estaba en obras, y como tampoco teníamos muchas ganas de hacer el guiri-palurdo, lo dejamos estar.



La única foto que tengo de Picadilly Circus


Así que recorrimos un par o tres de manzanas hasta llegar a Chinatown. Para los chinos, este año se celebra el año nuevo chino, y todo Gerrard Street estaba decorado con los clásicos farolillos rojos, guirnaldas, luces, bolas y otros típicos adornos chinos.

Eran las 10 y media de la noche, cada vez hacía más frío y mi vejiga estaba en alerta máxima. Así que, tras recorrer la calle arriba y abajo durante 15 largos minutos decidimos que iríamos a un restaurante chino (nos costó mucho encontrarlo) y que, de los 4 tipos diferentes de cocina que se hacían (cocina china, cocina china, cocina china y cocina china) comeríamos cocina china // modo sarcasmo: Off.

El restaurante estaba bastante lleno y, como éramos unas cuantas personas haciendo cola, el encargado de comedor (que, mira por dónde, era chino) tuvo la genial idea de sentarnos a todos en la misma mesa. Eso sí, antes tuvo el detalle de preguntarnos si nos importaba. Con los ojos fuera de las órbitas y espuma en la boca, todos le dijimos que no, menos una chica que hizo un gesto extraño, seguramente porque no imaginaba que tendría una cena íntima y romántica con su churri y 7 personas más. Pero desde aquí, y sabiendo que no me leerá nunca, le daré un consejo a esta buena chica:
Mira, guapa, si quieres tener una cena romántica con tu novio, no vayas a un restaurante donde tengan el escaparate lleno de patos desplumados colgados de los huevos. Y si vas, al menos no hagas cara de falso estornudo cuando te digan de compartir mesa con 7 desconocidos. ¡Esto es lo mejor que te puede pasar!
Bajamos al segundo piso y nos sentaron en una mesa redonda. En total éramos 8: mis amigas y yo, la parejita romántica y dos super-osea-amigas. El restaurante era más bien pequeñito y tenía una decoración cutrilla, tirando a rancia, pero comimos bien.

Pedimos un menú para 4 personas. Para empezar nos trajeron una sopita de cangrejo. Tenía una textura... entre viscosa y gelatinosa. Al principio no me hizo mucha gracia pero, de verdad, en aquellos momentos tenía tanta hambre que me hubiera comido el camarero y todo.

El resto de platos eran los típicos que se pueden encontrar en cualquier restaurante chino de por aquí: arroz tres delicias, rollitos de primavera, ternera con bambú, abuelo pollo con almendras, cerdo agridulce, pan chino, etc.

A media cena me vinieron unas ganas irrefrenables de clavar los palillos chinos en los globos oculares de una de las súper-osea-amigas. En las dos horas que estuvimos cenando, no se calló ni un solo momento. No entendía casi nada de lo que decía, sólo sé que hablaba rapidísimo, con una voz de pito que superaba el nivel de decibelios permitidos y que, de vez en cuando, soltaba una de esos risas tan estúpidamente falsas. Lo más divertido de todo es que podíamos cachondearnos de ella delante de sus narices sin que se diera cuenta, muahahaha! (risa maléfica)

Pero eso no es todo. ¿Recordáis la parejita romántica que les parecía que la mejor forma de celebrar su aniversario era yendo a comer un cerdo agridulce? Pues resulta que no iban sólos a cenar, sino que se llevaron el típico amigo plasta que se autoinvita y que tiene que terminar viendo como los otros dos se meten mano. Lo más extraño es que hasta media cena no me di cuenta de que este peculiar ser había estado allí desde el principio.

Cuando acabamos de cenar, decidimos ir a hacer los postres en otro local de la misma zona, donde nos habían dicho que hacían unos batidos bastante peculiares. Después de que el hombre nos hiciera cara de falso estornudo diciéndole que a la hora de las cenas le estaríamos ocupando una mesa durante media hora sólo para tomar una bebida, nos sentamos y pedimos un batido.

Se trata de un batido de fruta normal y corriente, pero yo diría que hay mucha más variedad que aquí: aparte de los clásicos, también había de piña, melón, manzana, pera, naranja, plátano, frambuesa, etc. Lo que no sé es si era fruta sola o también llevaban leche. El caso es que añaden perlas de tapioca, que quedan en la base del vaso. También te ponen una cañita, más ancha de lo normal, para que puedan pasar las perlas.

Yo me pedí uno de sandía. Tengo que reconocer que me hizo gracia cuando me dijeron lo de las bolitas de tapioca, pero una vez vi aquellas cosas marrones similares a una caca de cabra flotando por elvaso, no me hizo mucha gracia y las dejé. Además, ya estaba bastante harta de la cena y el batido de 354531 litros que me llevaron me acabó de rematar.

Cuando nos acabamos el batido con caquitas ya era casi la 1 de la madrugada y, como al día siguiente nos teníamos que levantar temprano para poder visitar más cosas, hicimos un pensamiento.

Pasaron 20 o 30 minutos hasta que llegamos al Bed & Breakfast. Nos pusimos el pijama y caímos redondas en la cama. Al día siguiente nos esperaba un día muuuuuy largo.