lunes, 26 de julio de 2010

Hoy hace 15 años

Recuerdo perfectamente el día que nos conocimos. Como si fuera ayer. Hoy hace 15 años, el 26 de julio del año 1995, el día de mi santo. Yo tenía 8 años.

Entonces aún celebrábamos los santos, y yo estaba muy nerviosa, porque sabía que antes de cenar me darían los regalos. Cada año era el mismo ritual. Yo me escondía en mi habitación con la puerta cerrada, mientras oía los pasos de mis padres y veía sus sombras a través de la rendija yendo pasillo arriba, pasillo abajo, llevando los paquetes hacia el comedor.

Y llegó el momento más esperado, el de abrir los regalos. No recuerdo con exactitud en qué orden me los dieron, sólo sé que cada vez que abría uno, estaba más y más desconcertada. Todo eran complementos y accesorios para perros: un comedero, un bebedero, una correa y un arnés, una cuna, champú y colonia, peine y cepillo, un saco de pienso... incluso había un libro titulado "El Maltés".

Yo no entendía absolutamente nada. ¿Por qué me regalaban todo eso si no teníamos perro?

Por último, mi madre entró en el comedor con una bolsa de regalo en las manos y me la dio. Yo la cogí por las asas, la abrí, y dentro había la cosa más bonita y encantadora que he visto nunca.

Debías medir poco más de un palmo y tenías el pelo blanco y bufado. Entonces levantó la cabeza y me miró con sus dos preciosos ojos negros. Te brillaban mucho. Yo también te miré, sonriendo. A partir de ese momento supe que me había enamorado.

Eras tan pequeño y tan blanquito que nos hiciste recordar a un copo de nieve. Es por ello que enseguida encontramos el nombre perfecto para ti: Floc.

Me explicaron que te habían adoptado en Barberà del Vallès, donde había una señora que criaba perros de tu raza. En el momento de las presentaciones, toda la camada de cachorros se pusieron a correr y a saltar, contentos de alegría. Pero había uno que llevaba una calma, una tranquilidad y una pachorra, pasando de todo, yendo a su rollo y haciéndose el interesante, como si la importara un bledo que lo adoptasen o no. Mis padres lo tuvieron clarísimo.

Desde el primer momento que entraste en casa te convertiste en un miembro más de la familia y, durante estos 13 años y medio que has estado a nuestro lado, has sido el mejor perro que podíamos haber tenido nunca. Nos has hecho reír, nos has hecho llorar, nos has hecho enfadar y nos has hecho sufrir... pero, sobre todo, nos has hecho pasar momentos inolvidables:

Recuerdo aquella vez que mis padres te quisieron cortar las uñas porque las llevabas demasiado largas, pero sin querer te las cortaron demasiado y empezaste a sangrar. En ese momento llegué de la escuela y cuando vi el suelo y el cristal de la puerta del balcón manchados de sangre, aparte de pensar que se habían tomado algo más que café esa mañana, me asusté mucho porque creía que te había pasado algo grave. Por suerte no fue nada, pero te tuvimos que vendar las patitas para que se detuviera la hemorragia. Después de eso, tardamos mucho tiempo en querer cortarte-las de nuevo!

Hubo dos ocasiones en que te nos escapaste. Bueno, de hecho sólo fue una. La otra fue una falsa alarma. Fue después de comer cuando nos dimos cuenta de que no estabas. Te buscamos por todas las habitaciones de la casa, por el balcón, por la escalera, pero nada. Pensamos que quizá habrías aprovechado un momento en que la puerta de entrada estaba abierta y habrías salido. Mi madre y yo salimos a la calle y nos estuvimos un buen rato buscándote. Recorrimos las calles de la zona arriba y abajo, haciendo el recorrido que hacías cuando te sacábamos a pasear, pero nada. Se hicieron las 3 de la tarde y yo me tenía que ir a la escuela, pero durante aquellas dos horas de clase no podía tener la cabeza en otra parte que no fuera en ti. No sabía dónde estabas, ni si te encontrabas bien, no entendía por qué te habías escapado. Finalmente, al volver de la escuela, me enteré de que no habías salido nunca de casa. Tenías la costumbre de ir al lavadero a oler la basura y, con un golpe de viento, se cerró la puerta y te quedaste encerrado.

La segunda vez sí que te escapaste de verdad, pero fue por culpa mía. Mamá llegaba de trabajar a las 9 de la noche, y pensé que ese día podíamos bajar al rellano de la escalera a recibirla. Dejé que bajaras solo, pero resulta que ella estaba hablando con una vecina y no se dio cuenta que habías bajado las escaleras y habías salido a la calle. Todo el mundo corrió a buscarte, Ismael y Jordi por un lado y mamá y papá por otra. Estuvieron mucho rato buscándote. Fui tan estúpida de dejarte solo len a escalera... Salí al balcón con la esperanza de verte pasar por delante de casa, pero nada... Finalmente, vi a papá girando la esquina, atravesando la calle y dirigiéndose a casa, pero no estaba solo, venía contigo, te tenía cogido en brazos. Y a mí se me iluminó la cara. Te había encontrado en el pipican de la plaza de la Gran Vía, el lugar donde siempre íbamos cuando salíamos a pasear. A partir de entonces, siempre te vigilé para no volverte a perder.

Pero, quisiéramos o no, siempre teníamos ese miedo. Un día te empecé a buscar por toda la casa porque no te encontraba en ninguna parte, fui hacia el comedor donde estaba Ismael tumbado en el sofá y le pregunté si te había visto. Y él, sin pensárselo dos veces, pegó un bote del sofá soltando un taco y corrió a buscarte. Minutos después me di cuenta que habias estado acurrucado a los pies de Ismael todo el rato, y sin que él se hubiera dado cuenta.

Claro que tú ibas a tu bola y aprovechabas cualquier descuido nuestro para salir al rellano de la escalera. Más de una vez te habíamos encontrado abajo, a la entrada, mirando la calle a través del cristal de la puerta, como un preso encarcelado. Pero no sólo bajabas, también eras capaz de subir 4 pisos hasta la azotea. Una vez, me asusté tanto que me repasé de arriba abajo el edificio (dos veces), hasta que te encontré tan feliz corriendo por la azotea. Cuando llegué a casa, el corazón me iba a mil por hora, las piernas me temblaban, me había dejado los pulmones tirados por rellano y la regla me había bajado de golpe. Pero lo peor fue la terrible idea de pensar que te había vuelto a perder.

¿Recuerdas aquel día que te me comiste la merienda? Como siempre, yo llegaba de la escuela sobre las 5, y mamá me dejaba una bandeja con mi merienda sobre la encimera de la cocina. Ese día tenía dos rebanadas con paté y un zumo de naranja. Lo llevé todo a la mesa del comedor y fui un momento a mi habitación a buscar algo. Cuando volví, te encontré encima de la silla y con actitud sospechosa. Me acerqué y vi que te habías comido una de las rebanadas y habías dejado la corteza. En el fondo me dolió que te hubieras zampado mi merienda sin pedirme permiso, pero me hizo mucha gracia que te hubieras comido sólo la miga del pan untada. A partir de ese día supe que te encantaba el paté.

Tú y los gatos no fuisteis nunca muy buenos amigos. Cuando salíamos a pasear y veías uno, tenías curiosidad y te acercabas para olerlo. Pero ya sabes cómo son los gatos, unos rancios y unos estirados. Tú sólo tenías ganas de hacer nuevos amigos, en cambio ellos siempre pasaban de ti. Hasta que un día, te cruzaste con uno que no debía tener muy buen día y te saludó con un arañazo en todo el morro. A partir de entonces, nunca más volviste a mirar los gatos de la misma manera... bueno, de hecho, es que ni te los mirabas. Cuando pasabas por delante de uno, girabas la cara, disimulando. ¡Con dos cohone!

Eras un perro muy listo e inteligente y podrías haber aprendido muchas cosas si nosotros hubiéramos tenido más paciencia para enseñarte.

Lo primero que aprendiste fue a venir en cuanto te llamábamos por el nombre y a sentarte. Alguna vez me había sentado contigo a enseñarte a darme la patita, pero por el caso que me hacías, me parece que no te entusiasmaba mucho, la idea.

Pero en cambio hay algo que aprendiste a hacer casi solo: subir la escalera de mano de mi cama. Yo te cogía y te colocaba de forma que las patitas de atrás estuvieran sobre el primer escalón y las patitas delanteras sobre el segundo. Entonces empezabas a subir. Levantabas la patita derecha de atrás mientras que con las de delante hacías fuerza para llegar al siguiente escalón, y así hasta que conseguías subir los 5 peldaños de la escalera. Pero una vez arriba te ayudaba a subir a la cama y, cuando lo hacías, te abrazaba y te felicitaba por lo que habías hecho. Tú te ponías muy contento, moviendo la colita, y entonces íbamos corriendo hacia la cocina a buscar una golosina como premio. Aunque, más de una vez no te habías atrevido a subir hasta arriba del todo, entonces me mirabas con cara de pena para que te ayudara a bajar y te dejabas caer porque sabías que yo te cogería (y, evidentemente, te cogía).

Estoy segura de que no hay muchos perros que sepan hacer algo así, pero tú podías.

¿Te acuerdas cuando jugábamos al "¿Dónde está?". Aprovechábamos que estábamos todos en la mesa para sentarte en nuestro regazo y entonces te preguntábamos: "¿Dónde está Anna?", Entonces tú, dudabas unos segundos, pero enseguida me mirabas. Y cuando lo hacías bien, todos soltábamos un "¡Ohhhhh!". Cuando eras pequeño te gustaba mucho, este juego, pero a medida que te hacías mayor, lo debías encontrar una tontería, porque llegó un momento en que te hacías el sueco... como cuando veías un gato.

La última pirueta que aprendiste fue a dar una vueltecita. No sé por qué no te lo había enseñado a hacer antes, lo aprendiste muy rápido y sin dificultad.
La primera vez, cogí una galleta de yogur de las que tanto te gustaban y te la enseñé, pero antes de dártela, dibujé un círculo con la mano, para que tú la siguieras y dieras una vuelta. Lo practicamos un par o tres de veces más y, a partir de entonces, cada vez que te daba una golosina, dabas una vuelta instintivamente, sin que yo te lo pidiera.



Este escrito lo tengo hecho desde hace tiempo, poco después de que te fueras, pero hasta ahora no me había atrevido a compartirlo. Pero hoy es 26 de julio. Hoy hace 15 años que conocí el perrito más bueno, maravilloso y encantador que podríamos haber tenido nunca y, si aún estuvieras vivo, te haría un pastelito con una vela, como el día de tu cumpleaños, y te regalaría una golosina, la que fuera pero, eso sí, que estuviera envuelta en papel de regalo. Te encantaba abrir los paquetes y destrozar el papel. Creo que te hacía más ilusión eso que el regalo en sí.

A menudo aunque pienso que, cualquier día, voy a entrar en el comedor y te voy a encontrar tumbado en el sofá, todo acurrucado y con la cabeza apoyada en el reposabrazos, como si nada hubiera pasado. Entonces, cuando me veas te levantarás y vendrás corriendo a recibirme moviendo la cola, como hacías siempre que alguien llegaba a casa, y yo te rascaré la barriga y las orejas, te acariciaré y te abrazaré.

Esta es la imagen que quiero recordar de ti. No la de los últimos días, en los que te los pasabas sin poder moverte del sofá, tapado con tu mantita, temblando y con los ojos tristes y vidriosos, sin fuerzas para seguir viviendo.

Quiero recordar todos los buenos momentos que has vivido con nosotros, que han sido muchos, y decirte no te olvidaremos nunca, Floc! Muaka!

jueves, 15 de julio de 2010

Parte Playil II

Tomando el sol tranquilamente. Família alemana formada por el papá con un sombrero de paja, la mamá con las tetas medio fuera y la niña de color naranja radioactivo invaden peligrosamente mi espacio vital. Mirada asesina y perturbada por encima de las gafas de sol. La família feliz retrocede unos metros. Nunca falla :)

miércoles, 14 de julio de 2010

Parte Playil I

Crema solar: 12 €
Botella de agua: 0,40 €
Libro: 7,95 €
El pánico que sientes al ver aproximarse un ejército de 50 niños berreando emocionados cargados con raquetas, pelotas y manguitos, no tiene precio.