miércoles, 6 de octubre de 2010

Partes Singapurenses (III)

Atención mosquitos: Hoy, barra libre de O+ en Can Valero.
Entrada gratis (puertas, ventanas, patios de luces, conductos de ventilación o por donde os dé la gana).
Sólo 1 consumición por bicho (tampoco es plan de abusar, que luego os ponéis como la Caballé).
Suministro limitado.
Espectáculo final con Raid y After Bite.
Pasen y chupen.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Partes Singapurenses (II)

Un billete de ida y vuelta a Barcelona: 4,70 €.

Una T-10: 7,95 €.

La 6 ª Temporada de LOST: 46.99 €

Ir a Starbucks, pedir un p*** café con leche de toda la vida y que la dependienta te mire como si hubieras pedido uranio empobrecido, no tiene precio.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Visita al matadero

Habéis visto The Ring? Sí, hombre, aquella película de terror que se centra en una misteriosa cinta de vídeo que, momentos después de verla, recibes una llamada de teléfono avisándote de que palmarás en una semana.





¿Os imagináis el mal rollo que te entra? ¿El mal trago que pasas durante toda esa semana, contando los días y las horas que faltan para irte al otro barrio? Y lo mejor peor de todo: pensando cómo será el gran momento. ¿Me caerá un piano de cola en la cabeza, en plan George Clooney? ¿Me atropellarà un bus conducido por un autobusero kamikaze que se salta las paradas y no se limpia las uñas? ¿Moriré asfixiada por el calor y los aromas sobaquiles dentro de un vagón de tren en dirección Barcelona a las 8 de la mañana? ¿Por sobredosis de Ibuprofeno? ¿Me atragantaré con un trozo de librito de lomo? ¿O quizás por un Actimel caducado?

Bueno, ejem... Como decía antes de dejarme llevar por esta... digamos... macabra emoción, pasados los 7 días, efectivamente, te sale una niña con el pelo grasiento de dentro del televisor y arrastrándose por el suelo de una manera extraña, te pega un grito y, ¡PUM! La espichas.

Pues bien, seguro que alguna vez en la vida, todos hemos recibido alguna llamada chunga que nos ha cortado la respiración. Llamadas que te hacen poner la piel de gallina, que hacen que te tiemble la voz y que te quedes pálido como un cadáver.

Todo empieza cuando estás en casa, tranquilamente acomodado en el sofá mirando la novela de la tarde. De repente, un sonido agudo e irritante resuena en el ambiente. Llaman al teléfono. Con mala hostia, te levantas del sofá despotricando, renegando y murmurando que estas no son horas de llamar, y menos en esta escena tan importante.
¡No se podían esperar hasta los anuncios, no! Tiene que ser ahora!
Te acercas al teléfono, miras la pantallita y como el número que aparece no parece sospechoso, levantas el auricular y te lo acercas al oído.
¿Diga?
No tardas en darte cuenta de que ha sido un grave error. Desde el otro lado del teléfono, una voz misteriosa suelta las palabras más terribles que un ser vivo puede escuchar nunca:
Buenas tardes. Llamamos de la clínica dental
Un escalofrío te recorre toda la espalda. En este momento te quedas paralizado, con los músculos rígidos y la mirada perdida. Piensas que tarde o temprano te tenía que tocar y que, si no es hoy, volverán a insistir la semana que viene, y la siguiente, y la siguiente...
Te recordamos que hace ya un año desde tu última visita, y ya toca una limpieza. ¿Qué día te iría bien?
Se regodean en sus sádicas palabras y tú, acojonado perdido, piensas en colgar el teléfono como un cobarde y continuar mirando la novela, como si nada hubiera pasado. Pero ellos insisten para que elijas una fecha. Finalmente, sin poder aguantar tanta presión, tragas saliva y, con la voz temblorosa, consigues pronunciar con un hilo de voz:
Cualquier día por la tarde me va bien...
Ya la has cagado. Te encasquetan la visita el próximo lunes a las 5 y media de la tarde, te dicen adiós y hasta el lunes.

¿Lunes? ¡Pero si sólo quedan 3 días! Apenas tendrás tiempo para despedirte de tu familia y de tus amigos.... Bien, no te entretendrás y te centrarás en la gente que vive en un radio de menos de 5 Km. A la gente que viva más lejos, ya les enviarás un mensaje por Facebook y, de paso, material de construcción para Farmville, que sino se enfadan.

Durante los 3 días siguientes te sientes como la protagonista de The Ring. Tanto, que incluso acabas por desear que se te aparezca la niña de los cabellos grasientos, te pegue un grito y se te lleve, a ver si termina este sufrimiento de una vez.

Finalmente llega el día, y sólo haces que repetirte:
Limpieza... Sólo es una limpieza... No duele... No duele nada...
Pero todos sabemos que esto es una táctica para que piques, vayas confiado pensando que no corres peligro, y en el último momento: ¡ZAS! Te sueltan la típica frase de:
Uiuiui... Este puntito negro tiene mala pinta...
Con lo que te secuestran media hora más para arreglarte "el puntito negro".

Total, que estás tan nervioso que te presentes media hora antes. Llamas al timbre y al cabo de unos momentos se te aparece un espectro con pijama de color azul turquesa, mascarilla y lo que parece ser un pequeño gancho entre las manos. La mascarilla le tapa casi toda la cara, pero puedes llegar a distinguir una pequeña sonrisa maléfica. Con un gesto de la mano que lleva el gancho y un extraño brillo en los ojos, te invita a entrar en sus aposentos mientras te dice:
Hola, buenas tardes. ¿Si puedes hacer el favor de esperar unos minutos? Te llamaremos en seguida.
Y tú empiezas a avanzar por el largo y sinuoso pasillo de 2 metros hasta que llegas a LA SALA. Abres la puerta y te encuentras con otras almas en pena que esperan, pacientes, a que les llegue el turno.

Entras en la sala y te sientas en la primera butaca vacía que ves. Piensas que con la media hora que te queda tendrás tiempo para tranquilizarte e ir haciéndote a la idea.

Y es que no hay nada más relajante que estar sentado en esa butaca de piel que es de todo menos cómoda, entre aquellas cuatro paredes blancas decoradas con dos cuadros de algo que se quiere parecer al cubismo, y una triste ventana que da a la calle.

De fondo se oye una lúgubre musiquilla con violines, proveniente de un viejo altavoz cutre y salchichero colgado de una de las esquinas de la pared.

Y en un rincón de la sala está el mueble que no puede faltar nunca en una sala de espera. Allí está. Quieta. Esperando. Acechando. Intentas no mirarla, pero sigue allí. Tiene un poder de atracción que hace que, aunque no quieras, te acabes acercando y haciendo uso de ella. Exacto. Se trata de la mesa telebrosa de las revistas. Aunque se han dado casos de mesas que tienen revistas de viajes o incluso de ciencia, la mayoría de ellas sólo existen para un sólo tipo de revistas: las del corazón.

Haces de tripas corazón y procuras no mirar la mesa ni las revistas directamente a las tapas. Así que te dedicas a mirar la rancia decoración de la sala. Te centras en los cuadros y, por más que te fijas, no acabas de ver qué es lo que tienen pintado. Luego te limitas a mirar las caras de las almas en pena que te acompañan. Las observas atentamente y en el fondo te alegras porque la mayoría hace más mala cara que tú, menos un niño recién salido de la escuela (lo delata la mochila de Hannah Montana), acompañado de su madre, y con un sonrisa de oreja a oreja.

De repente, el pomo gira y la puerta se abre lentamente, dejando ir un chirrido digno de un castillo encantado. Una cabeza flotante con mascarilla aparece por detrás de la puerta, y ves que recorre toda la sala con su mirada perturbadora. En este momento te sientes como en Frodo en la escena del Monte del Destino, y suplicas para que el Ojo de Sauron pase de largo. Por suerte, la cabeza flotante se dirige hacia el niño, que sale muy contento y risueño por la puerta. Que tú piensas:
Ay, chaval, que no sabes lo que te espera. Dentro de 10 minutos saldrás berreando y sangrando como un p*** cochinillo.
Y efectivamente. No pasan ni 5 minutos que empiezan a oírse ruiditos escalofriantes, llantos y gritos. Quien se ríe ahora, ¿eh? Eso te pasa por hartarse de Phoskitos, gofres y Ositos Lulu de esps. Esto sólo es un aviso. Como continúes así, pronto te tendrán que arrancar la dentadura de cuajo. Ya verás como no ríes tanto la próxima vez que vienes al dentista. Al dentista no se ríe. Al dentista se viene acojonado. Ellos tienen el poder y como te pases un pelo te pueden hacer muuuucho daño.

Al cabo de nada se vuelve a abrir la puerta y reaparece la cabeza flotante. Esta vez sí que ya no tienes escapatoria. Notas la mirada sombría del espectro clavada en tu cuero cabelludo. Tú no quieres levantar la cabeza, pero una fuerza exterior te obliga a hacerlo. Y el espectro te dice:
Ya puedes pasar. Hacia la sala de la izquierda, por favor.
¡Ah! ¡Que hay más de una sala! ¡Esto se avisa, hostiaaaaaa!

Esbozas una sonrisa, falsa a más no poder, devuelves el Cuore (que no sabes como ha llegado hasta tu regazo) a la mesa tenebrosa, coges tus cosas y sales por la puerta, no sin antes hacer una última ojeada a la sala de las almas en pena, entre las que ves miradas de lástima y compasión.

Tal como te ha indicado el espectro, te diriges hacia la sala de la izquierda. La sala mortuoria. Sólo entrar y ver todos aquellos aparatos, te empiezan a venir a la cabeza flashes con imágenes escalofriantes. Y allí está él. El ser más maligno de este clan. Está de espaldas a ti y sentado en una silla ergonómica con ruedas. Ya que hay que hacer sufrir a alguien, al menos hacerlo cómodamente, claro que sí. Está preparando su informe, no quieras saber de qué.

De pronto, el ser maligno se gira y extiende su mano, supuestamente como gesto de saludo. Le das un apretón y vuelves a sonreír falsamente. Lo empiezas a hacer bastante bien. Te dice que te sientes en la silla. ¡Ahhh, la silla!





Un mueble del que le salen todo de tubos y herramientas puntiagudas similares a las que utiliza un tatuador no puede ser muy bueno. Te sientas. Él viene rodando con la silla hasta tu lado mientras se calza los guantes de látex haciéndolos petar. Pulsa algunos botones de la silla hasta que quedas en posición horizontal. Un foco te ilumina. Empieza la función.

Te pide que abras la boca lo más posible, pero a ti te cuesta porque tienes la mandíbula pequeña. Con el gancho en la mano (esperas por tu bien que no sea el mismo que iba paseando el espectro del pijama azul) te lo mete en la boca y empieza a hurgar con la ayuda del espejito, mientras murmura lenguas muertas. Después coge una de las herramientas en forma de taladro que cuelga de un tubo y la activa. El extremo puntiagudo empieza a girar rápidamente sobre el esmalte de cada uno de tus dientes, haciendo el mismo ruido que un cochinillo en celo. Y no será porque te hayan perseguido muchos cochinillos en celo, pero te imaginas la escena y en ese momento te entran ganas de partirte de risa, pero no puedes porque tienes la boca llena de dedos de dentista, herramientas puntiagudas, tubos aspiradores y agua.

La verdad es que no notas casi nada, salvo una pequeña vibración. Incluso estás a punto de darle las gracias cuando te saca un trozo de butifarra de huevo que se te había quedado enganchada entre los incisivos dos días atrás.

De pronto, vuelve a hablar lenguas muertas. Intentas entender lo que dice, pero entre el ruido del aspirador y del cochinillo en celo, sólo consigues distinguir estas palabras:
Uiuiui... Este puntito negro tiene mala pinta...
Y ahora eres tú el que empiezas a sudar como un cerdo. Temes lo peor. De las 5 herramientas que hay colgadas en la silla, sólo ha utilizado dos. Las otras tres seguro que las reserva para casos terminales. Pero, para tu sorpresa, a continuación te dice:
Bah, pero es poca cosa. Lo arreglaremos un poco y lo iremos vigilando para que no se haga más grande.
Después coge otra herramienta con forma de lijadora, la unta de una pasta gris y asquerosa y... ¡Mmmmm! ¡Si tiene buen gusto y todo! ¡Y además es dulce! Aprovechas cuando él se gira para pasarte la lengua por los dientes untados de pasta y te comes un poco. ¡Es tan buena! Y además hoy no has merendado, con los nervios...

Entonces apaga el foco, vuelve a colocar tu silla en posición normal y llena un vaso de agua para hagas gárgaras. No haces gárgaras. Quieres quedarte con ese buen sabor hasta la hora de cenar. Coges tus cosas y sales de la sala (ya no tan) mortuoria.

Vas hacia el mostrador de recepción y en ese momento ves a otro paciente que sale de la sala de espera con cara de cordero degollado dirigiéndose hacia el matadero. Al cabo de un rato aparece la recepcionista, y te dice que ya te volverán a llamar para la próxima visita.

Estás contento. Tan acojonado que estabas y, ya ves, los 20 minutos que has estado en la sala mortuoria han pasado enseguida. Te pensabas que sería más grave, que te encontrarían un montón de caries y que se montaría allí la masacre del siglo: gritos, berridos, llantos, litros y litros de sangre esparcidos por el suelo, los ayudantes sujetándote en la silla y el dentista taladrándote la boca...

Por suerte, nada de eso ha pasado y tú sigues vivo. De todos modos, este lugar infernal aún te hace venir escalofríos, así que te dispones a marchar rápidamente, pero la recepcionista hace un gesto con la mano para que te detengas. ¿Qué quiere ahora?
Bueno, pues serán... 60 €, por favor :)
Y ahora sí que te acaban de matar.

martes, 24 de agosto de 2010

Partes Singapurenses (I)

Se acaba el verano. Empiezan los anuncios de fascículos. Que alguien me corte las venas.

lunes, 26 de julio de 2010

Hoy hace 15 años

Recuerdo perfectamente el día que nos conocimos. Como si fuera ayer. Hoy hace 15 años, el 26 de julio del año 1995, el día de mi santo. Yo tenía 8 años.

Entonces aún celebrábamos los santos, y yo estaba muy nerviosa, porque sabía que antes de cenar me darían los regalos. Cada año era el mismo ritual. Yo me escondía en mi habitación con la puerta cerrada, mientras oía los pasos de mis padres y veía sus sombras a través de la rendija yendo pasillo arriba, pasillo abajo, llevando los paquetes hacia el comedor.

Y llegó el momento más esperado, el de abrir los regalos. No recuerdo con exactitud en qué orden me los dieron, sólo sé que cada vez que abría uno, estaba más y más desconcertada. Todo eran complementos y accesorios para perros: un comedero, un bebedero, una correa y un arnés, una cuna, champú y colonia, peine y cepillo, un saco de pienso... incluso había un libro titulado "El Maltés".

Yo no entendía absolutamente nada. ¿Por qué me regalaban todo eso si no teníamos perro?

Por último, mi madre entró en el comedor con una bolsa de regalo en las manos y me la dio. Yo la cogí por las asas, la abrí, y dentro había la cosa más bonita y encantadora que he visto nunca.

Debías medir poco más de un palmo y tenías el pelo blanco y bufado. Entonces levantó la cabeza y me miró con sus dos preciosos ojos negros. Te brillaban mucho. Yo también te miré, sonriendo. A partir de ese momento supe que me había enamorado.

Eras tan pequeño y tan blanquito que nos hiciste recordar a un copo de nieve. Es por ello que enseguida encontramos el nombre perfecto para ti: Floc.

Me explicaron que te habían adoptado en Barberà del Vallès, donde había una señora que criaba perros de tu raza. En el momento de las presentaciones, toda la camada de cachorros se pusieron a correr y a saltar, contentos de alegría. Pero había uno que llevaba una calma, una tranquilidad y una pachorra, pasando de todo, yendo a su rollo y haciéndose el interesante, como si la importara un bledo que lo adoptasen o no. Mis padres lo tuvieron clarísimo.

Desde el primer momento que entraste en casa te convertiste en un miembro más de la familia y, durante estos 13 años y medio que has estado a nuestro lado, has sido el mejor perro que podíamos haber tenido nunca. Nos has hecho reír, nos has hecho llorar, nos has hecho enfadar y nos has hecho sufrir... pero, sobre todo, nos has hecho pasar momentos inolvidables:

Recuerdo aquella vez que mis padres te quisieron cortar las uñas porque las llevabas demasiado largas, pero sin querer te las cortaron demasiado y empezaste a sangrar. En ese momento llegué de la escuela y cuando vi el suelo y el cristal de la puerta del balcón manchados de sangre, aparte de pensar que se habían tomado algo más que café esa mañana, me asusté mucho porque creía que te había pasado algo grave. Por suerte no fue nada, pero te tuvimos que vendar las patitas para que se detuviera la hemorragia. Después de eso, tardamos mucho tiempo en querer cortarte-las de nuevo!

Hubo dos ocasiones en que te nos escapaste. Bueno, de hecho sólo fue una. La otra fue una falsa alarma. Fue después de comer cuando nos dimos cuenta de que no estabas. Te buscamos por todas las habitaciones de la casa, por el balcón, por la escalera, pero nada. Pensamos que quizá habrías aprovechado un momento en que la puerta de entrada estaba abierta y habrías salido. Mi madre y yo salimos a la calle y nos estuvimos un buen rato buscándote. Recorrimos las calles de la zona arriba y abajo, haciendo el recorrido que hacías cuando te sacábamos a pasear, pero nada. Se hicieron las 3 de la tarde y yo me tenía que ir a la escuela, pero durante aquellas dos horas de clase no podía tener la cabeza en otra parte que no fuera en ti. No sabía dónde estabas, ni si te encontrabas bien, no entendía por qué te habías escapado. Finalmente, al volver de la escuela, me enteré de que no habías salido nunca de casa. Tenías la costumbre de ir al lavadero a oler la basura y, con un golpe de viento, se cerró la puerta y te quedaste encerrado.

La segunda vez sí que te escapaste de verdad, pero fue por culpa mía. Mamá llegaba de trabajar a las 9 de la noche, y pensé que ese día podíamos bajar al rellano de la escalera a recibirla. Dejé que bajaras solo, pero resulta que ella estaba hablando con una vecina y no se dio cuenta que habías bajado las escaleras y habías salido a la calle. Todo el mundo corrió a buscarte, Ismael y Jordi por un lado y mamá y papá por otra. Estuvieron mucho rato buscándote. Fui tan estúpida de dejarte solo len a escalera... Salí al balcón con la esperanza de verte pasar por delante de casa, pero nada... Finalmente, vi a papá girando la esquina, atravesando la calle y dirigiéndose a casa, pero no estaba solo, venía contigo, te tenía cogido en brazos. Y a mí se me iluminó la cara. Te había encontrado en el pipican de la plaza de la Gran Vía, el lugar donde siempre íbamos cuando salíamos a pasear. A partir de entonces, siempre te vigilé para no volverte a perder.

Pero, quisiéramos o no, siempre teníamos ese miedo. Un día te empecé a buscar por toda la casa porque no te encontraba en ninguna parte, fui hacia el comedor donde estaba Ismael tumbado en el sofá y le pregunté si te había visto. Y él, sin pensárselo dos veces, pegó un bote del sofá soltando un taco y corrió a buscarte. Minutos después me di cuenta que habias estado acurrucado a los pies de Ismael todo el rato, y sin que él se hubiera dado cuenta.

Claro que tú ibas a tu bola y aprovechabas cualquier descuido nuestro para salir al rellano de la escalera. Más de una vez te habíamos encontrado abajo, a la entrada, mirando la calle a través del cristal de la puerta, como un preso encarcelado. Pero no sólo bajabas, también eras capaz de subir 4 pisos hasta la azotea. Una vez, me asusté tanto que me repasé de arriba abajo el edificio (dos veces), hasta que te encontré tan feliz corriendo por la azotea. Cuando llegué a casa, el corazón me iba a mil por hora, las piernas me temblaban, me había dejado los pulmones tirados por rellano y la regla me había bajado de golpe. Pero lo peor fue la terrible idea de pensar que te había vuelto a perder.

¿Recuerdas aquel día que te me comiste la merienda? Como siempre, yo llegaba de la escuela sobre las 5, y mamá me dejaba una bandeja con mi merienda sobre la encimera de la cocina. Ese día tenía dos rebanadas con paté y un zumo de naranja. Lo llevé todo a la mesa del comedor y fui un momento a mi habitación a buscar algo. Cuando volví, te encontré encima de la silla y con actitud sospechosa. Me acerqué y vi que te habías comido una de las rebanadas y habías dejado la corteza. En el fondo me dolió que te hubieras zampado mi merienda sin pedirme permiso, pero me hizo mucha gracia que te hubieras comido sólo la miga del pan untada. A partir de ese día supe que te encantaba el paté.

Tú y los gatos no fuisteis nunca muy buenos amigos. Cuando salíamos a pasear y veías uno, tenías curiosidad y te acercabas para olerlo. Pero ya sabes cómo son los gatos, unos rancios y unos estirados. Tú sólo tenías ganas de hacer nuevos amigos, en cambio ellos siempre pasaban de ti. Hasta que un día, te cruzaste con uno que no debía tener muy buen día y te saludó con un arañazo en todo el morro. A partir de entonces, nunca más volviste a mirar los gatos de la misma manera... bueno, de hecho, es que ni te los mirabas. Cuando pasabas por delante de uno, girabas la cara, disimulando. ¡Con dos cohone!

Eras un perro muy listo e inteligente y podrías haber aprendido muchas cosas si nosotros hubiéramos tenido más paciencia para enseñarte.

Lo primero que aprendiste fue a venir en cuanto te llamábamos por el nombre y a sentarte. Alguna vez me había sentado contigo a enseñarte a darme la patita, pero por el caso que me hacías, me parece que no te entusiasmaba mucho, la idea.

Pero en cambio hay algo que aprendiste a hacer casi solo: subir la escalera de mano de mi cama. Yo te cogía y te colocaba de forma que las patitas de atrás estuvieran sobre el primer escalón y las patitas delanteras sobre el segundo. Entonces empezabas a subir. Levantabas la patita derecha de atrás mientras que con las de delante hacías fuerza para llegar al siguiente escalón, y así hasta que conseguías subir los 5 peldaños de la escalera. Pero una vez arriba te ayudaba a subir a la cama y, cuando lo hacías, te abrazaba y te felicitaba por lo que habías hecho. Tú te ponías muy contento, moviendo la colita, y entonces íbamos corriendo hacia la cocina a buscar una golosina como premio. Aunque, más de una vez no te habías atrevido a subir hasta arriba del todo, entonces me mirabas con cara de pena para que te ayudara a bajar y te dejabas caer porque sabías que yo te cogería (y, evidentemente, te cogía).

Estoy segura de que no hay muchos perros que sepan hacer algo así, pero tú podías.

¿Te acuerdas cuando jugábamos al "¿Dónde está?". Aprovechábamos que estábamos todos en la mesa para sentarte en nuestro regazo y entonces te preguntábamos: "¿Dónde está Anna?", Entonces tú, dudabas unos segundos, pero enseguida me mirabas. Y cuando lo hacías bien, todos soltábamos un "¡Ohhhhh!". Cuando eras pequeño te gustaba mucho, este juego, pero a medida que te hacías mayor, lo debías encontrar una tontería, porque llegó un momento en que te hacías el sueco... como cuando veías un gato.

La última pirueta que aprendiste fue a dar una vueltecita. No sé por qué no te lo había enseñado a hacer antes, lo aprendiste muy rápido y sin dificultad.
La primera vez, cogí una galleta de yogur de las que tanto te gustaban y te la enseñé, pero antes de dártela, dibujé un círculo con la mano, para que tú la siguieras y dieras una vuelta. Lo practicamos un par o tres de veces más y, a partir de entonces, cada vez que te daba una golosina, dabas una vuelta instintivamente, sin que yo te lo pidiera.



Este escrito lo tengo hecho desde hace tiempo, poco después de que te fueras, pero hasta ahora no me había atrevido a compartirlo. Pero hoy es 26 de julio. Hoy hace 15 años que conocí el perrito más bueno, maravilloso y encantador que podríamos haber tenido nunca y, si aún estuvieras vivo, te haría un pastelito con una vela, como el día de tu cumpleaños, y te regalaría una golosina, la que fuera pero, eso sí, que estuviera envuelta en papel de regalo. Te encantaba abrir los paquetes y destrozar el papel. Creo que te hacía más ilusión eso que el regalo en sí.

A menudo aunque pienso que, cualquier día, voy a entrar en el comedor y te voy a encontrar tumbado en el sofá, todo acurrucado y con la cabeza apoyada en el reposabrazos, como si nada hubiera pasado. Entonces, cuando me veas te levantarás y vendrás corriendo a recibirme moviendo la cola, como hacías siempre que alguien llegaba a casa, y yo te rascaré la barriga y las orejas, te acariciaré y te abrazaré.

Esta es la imagen que quiero recordar de ti. No la de los últimos días, en los que te los pasabas sin poder moverte del sofá, tapado con tu mantita, temblando y con los ojos tristes y vidriosos, sin fuerzas para seguir viviendo.

Quiero recordar todos los buenos momentos que has vivido con nosotros, que han sido muchos, y decirte no te olvidaremos nunca, Floc! Muaka!

jueves, 15 de julio de 2010

Parte Playil II

Tomando el sol tranquilamente. Família alemana formada por el papá con un sombrero de paja, la mamá con las tetas medio fuera y la niña de color naranja radioactivo invaden peligrosamente mi espacio vital. Mirada asesina y perturbada por encima de las gafas de sol. La família feliz retrocede unos metros. Nunca falla :)

miércoles, 14 de julio de 2010

Parte Playil I

Crema solar: 12 €
Botella de agua: 0,40 €
Libro: 7,95 €
El pánico que sientes al ver aproximarse un ejército de 50 niños berreando emocionados cargados con raquetas, pelotas y manguitos, no tiene precio.

martes, 11 de mayo de 2010

Diálogo de besugos entre un camarero cualquiera y yo

- ¿Qué vas a tomar?
- Quiero una ensaimada.
- ¿Una ensaimada?
(¡¡dios del sielo y de los espasios infinitos, esta depravada ha entrado a una granja a comerse una ensaimada!! ¡¡¡Qué horror!!!)

- Sí, una ensaimada.
- ......
- ......?
- ¿Alguna cosa más?
- No, ya está.
- YA ESTÁ?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!?!
(mirándome acojonado com si yo fuera un velociraptor hambriento a punto de atacarlo... aunque, en cierto sentido, no iba desencaminado)

- Sí, sólo quiero una ensaimada...
- ¿No quieres un café con leche, o agua?
(con ojos de súplica)

- .......
- Te sale más económico.
(casi arrodillándose e implorándome)

- Entonces tráeme un chupito de cianuro, y acabemos de una vez con esta tortura.
(por vía telepática)

viernes, 30 de abril de 2010

Lobovejas

Y después de un mes, 500 fotos, rebanamientos de seso, varias neuronas muertas, nervios y estrés, al final he podido acabar el trabajo de final de curso (¡y entregarlo a tiempo!).

Así que, sin más dilación, os presento mi primer corto: LOBOVEJAS.
Con la colaboración desinteresada de 5 peculiares ovejas y un lobo vegetariano.
Se admite el lanzamiento de huevos, tomates y/o cabezas de cerdo (aunque, lanzar por lanzar, si es una paletilla de jamón, mucho mejor).






Hoy hace un bonito y soleado día, algo poco común estas últimas semanas en Irlanda.

El sol ha amanecido temprano y ahora emerge por detrás de las Wicklow Mountains, bañando las extensas praderas verdes en un tono dorado.

Un pequeño rebaño de ovejas pasta tranquilamente en lo alto de una loma, rodeada por una cerca de madera blanca, saboreando la fresca y deliciosa hierba.

De repente, un objeto cae del cielo. Las ovejas, estupefactas y curiosas, se acercan para observarlo. Es verde, redondo y huele bastante bien.

Nunca habían visto algo así, pero les gusta, y pronto empiezan a jugar con él pasándoselo entre ellas.

Están tan distraídas con su nuevo juego que no se dan cuenta de que un lobo acecha detrás de la cerca, observándolas, relamiéndose, esperando el momento oportuno para dejarse ver.


miércoles, 10 de marzo de 2010

London - Día 1

La noche anterior casi no dormí. A mí me parecía que no, pero en el fondo estaba hecha un manojo de nervios! Me fui a la cama a las 2 de la madrugada pero a las 7 del día siguiente ya estaba en pie, así que aproveché para terminar de arreglarme la maleta y prepararme la documentación necesaria. Cogí el DNI, pasaporte y un sobre con 170 libras en billetes pequeños (y sin marcar), y lo puse todo dentro de la riñonera.

A las 11 salimos de casa, subimos al coche y rumbo hacia el aeropuerto de Girona. En menos de una hora llegamos pero como no teníamos que facturar maletas, aprovechamos para comer algo ya que, probablemente no tendríamos tiempo de volver a comer hasta la noche.

Mis amigas se comieron una hamburguesa con patatas fritas y ketchup, pero yo, a no ser que se traten de las hamburguesas hechas por mi madre (caseras, delgadas, jugosas, rellenas de queso fundido y con sabor a hamburguesa (¡y que conste que no le estoy haciendo la pelota!)), no como. Así que me pedí un frankfurt.

En cuanto terminamos, subimos al piso de arriba para pasar por el control. Nos tuvimos que quitar la chaqueta, las botas, los collares, las pulseras, los relojes, el cinturón, los ovarios hinchados y ponerlo todo en una bandeja. Pasamos por el escáner y, después de vigilar de no resbalar, caer al suelo y abrirnos la cabeza por culpa de un charco (supuestamente de agua) que había justo a la salida del escáner, nos volvimos a poner las botas, cogimos nuestras cosas y nos dirigimos a la puerta de embarque.

Nosotras fuimos de las últimas en embarcar y, por ello, una vez en el avión nos encontramos con que no había suficiente espacio dentro de los compartimentos para nuestras maletas. Lo hubiera habido si existiera gente amable en el mundo, pero como la mayoría guardaba sus inmensos anoraks de mierda de 5 kilos, tuvimos que estar las 2 horas de viaje con la maleta bajo los pies que, no es que molestara... es que molestaba mucho.

Pero por si fuera poco, además de estar con las piernas encogidas y acabar con la espalda como un cigüeñal de barco, las azafatas auxiliares de vuelo no paraban de dar por saco continuamente. Pasaron como unas 123565 veces con el carrito, ofreciendo bocadillos, bebidas, artículos de regalo, galletas de la suerte, revistas, boletos de lotería, tarjetas telefónicas, tarjetas rasca-y-gana y, atención, la última novedad en productos inútiles que no te comprarías en tu vida pero, como viajes en avión, molan: ¡cigarrillos sin humo! Para todos aquellos yonquis que no pueden estar ni 2 horas sin chutarse nicotina, se han inventado una especie de cigarrillos eléctricos (¡a 6 € el paquete!) que no se encienden, pero que proporcionan la dosis de nicotina necesaria para que el/la yonqui en cuestión no explote a medio vuelo y la líe parda.

A las tres, hora inglesa, aterrizamos en el aeropuerto de Gatwick. Recorrimos toda la terminal hasta llegar a la estación, desde donde cogeríamos el Gatwick Express, un tren-lanzadera que va del aeropuerto a Victoria Station y viceversa en media hora. Una vez allí, compramos dos Travelcards de un día, una para el viernes y otra para el sábado. Bueno, al menos esa era nuestra idea... Lo que no esperábamos era que al día siguiente nos encontraríamos con una sorpresita.

Nuestro Bed & Breakfast se encontraba en el barrio de Shepherd's Bush, al oeste de Londres (limita a la derecha con Nothing Hill), de modo que tuvimos que coger la línea azul - Victoria hasta Oxford Circus, hacer trasbordo con la línea roja - Central y, después de 7 paradas, bajar en Shepherd's Bush.

Me habían dicho que me abrigase mucho, que haría mucha rasca. Pero la verdad es que durante el camino de la estación al B& Bno me lo pareció. Ya eran las 4 y media de la tarde y, aunque el sol empezaba a esconderse, se aguantaba bastante bien. Pero lo que no me imaginaba es que no pensaría lo mismo al cabo de un par de horas, muahaha!

Después de caminar 2 o 3 islas por Uxbridge Road giramos a mano derecha por Aldine Street. Nuestro B&B se llamaba Jim's Guest House (¡viva la originalidad!), y estaba formado por dos casitas, situadas en la misma calle, pero separadas por unos 20 o 30 metros. En la primera es donde estaba el comedor y en la otra, las habitaciones. Nos tocó la nº 7, en la planta baja. Era bastante pequeña, pero muy acogedora. Tenía 3 camas, baño, armario, teléfono, televisión y cafetera, y una única ventana con unas maravillosas vistas al extractor de la calefacción.

A punto de nuevo para salir, nos dirigimos hacia la estación. Y lo primero que vimos cuando salimos de la boca del metro (y no es una manera de hablar) fue el Big Ben. Oh, qué bonito, qué grande, ponte que te hago una foto, blablabla.


El Big Ben

Entonces cruzamos el río por el puente de Westminster y, desde el otro lado, nos hicimos las típicas fotos con el Big Ben y el Palacio de Westminster en el fondo. Ah, por cierto, el London Eye es chulo pero no deja de ser una noria. En mi pueblo también hay una, cuando viene la feria, tsss!


El Palacio de Westminster

Después volvimos a cruzar el río por la otra acera y fuimos a ver Westminster Abbey. Es una iglesia gótica muy bonita e impresionante, pero de noche y detrás de una reja, no se apreciaba tanto.

Eran las 8 de la tarde, estaba ya muy oscuro y cada vez hacía más rasca. A pesar de llevar guantes, tenía las manos heladas y, de la nariz no paraba de salirme una sustancia viscosa, popularmente conocida como moquillo. Además, los labios se me empezaban a cortar y a quedarse en carne viva por culpa del viento.

Y después de esta bella imagen que se os habrá quedado de mí, sigo.

Volvimos a coger el metro, esta vez hasta Knightsbridge. Nuestra siguiente parada era Harrods. Aunque teníamos muy poco tiempo para visitar la ciudad queríamos hacer una visita rápida a estos famosos almacenes, por eso sólo paseamos por la planta baja ya que, junto con la fachada exterior de noche, es lo que más llama la atención.

La primera sala que nos encontramos estaba decorada con estilo egipcio antiguo, con una estatua de la esfinge, y en la que hay montones de complementos de marcas como Gucci, Luis Vuitton y otras pijada varias. A partir de la siguiente sala ya entrábamos en la zona de alimentación, donde se encuentra la carnicería y la pescadería, la charcutería (unos quesos, unos patés... ¡oh!), la sala de tés y cafés y, mi preferida, la pastelería: Las estanterías y los expositores estaban llenos de chocolates, bombones, galletas, dulces, mermeladas, pasteles, fruta confitada y otras cosas que ahora mismo no puedo describir porque entraría en coma de azúcar.


Fruta glaseada


Reproducciones de fruta hechas de mazapán


Para que os hagáis una idea, en este vídeo hay una reproducción bastante aproximada de mi reacción.

O sea que, si algún día desaparezco, ya sabéis dónde me tenéis que ir a buscar : D

Después de secarnos la espuma que nos salía de la boca y volver a ponernos los ojos dentro de las órbitas, seguimos el recorrido hasta la sala de los perfumes y productos de cosmética y, finalmente, la joyería. Aquello fue... ¿como lo diría finamente y sin ofender a nadie? Ver una estúpida pija recalcitrante acompañada de sus dos super-osea-amigas que no debían tener más años que yo, probándose un montón de colgantes para acabar comprando lo más ostentoso y cargado, sólo para llevarlo una vez en la vida, y pagándolo con la Visa de papá, es un hecho que me da ganas de vomitar.

De hecho, Harrods ya es un centro comercial con un nivel de pijura por metro cuadrado bastante preocupante pero, aún así, debo reconocer que me gustó hacerle una visita. Está todo bien decorado e iluminado, y los productos están colocados de una manera que llaman la atención cuando pasas por delante. También he de decir que no era todo tan caro como me imaginaba.



Botellas de agua H2Osea


Salimos de OseaVille, volvimos a coger el metro y bajamos en Hyde Park Corner, una parada después. Nuestra intención era ir a cenar al Hard Rock Café, visita obligada siempre que vamos de viaje. Pero, cuando llegamos había cola y, además, nos dijeron que aún teníamos para dos horas. Así que dimos media vuelta y volvimos a coger el metro, esta vez para ir a Picadilly Circus.

De hecho, lo único que llama la atención de esta plaza es la fachada con los rótulos luminosos al estilo de Times Square de Nueva York o Shibuya de Tokyo, ya que la plaza en sí es más bien una esquina con un chaflán ancho como el de la FNAC de Plaça Catalunya. La verdad es que me decepcionó un poco, me la imaginaba más grande y más espectacular.

Claro que, parte de esa indiferencia tal vez tuvo que ver con el hecho de que estaba cansada del viaje, de caminar, me dolía la espalda, tenía frío, hacía más de 9 horas que no comía nada y, además, mi vejiga estaba en un nivel crítico de hinchazón. Así que, en aquellos momentos, la verdad es que me daba igual que Picadilly Circus no fuera lo que me esperaba. De hecho, no saqué ni la cámara para hacer fotos del lugar, más que nada porque para coger el punto de vista bonito teníamos que cruzar la calle y, además, la otra acera estaba en obras, y como tampoco teníamos muchas ganas de hacer el guiri-palurdo, lo dejamos estar.



La única foto que tengo de Picadilly Circus


Así que recorrimos un par o tres de manzanas hasta llegar a Chinatown. Para los chinos, este año se celebra el año nuevo chino, y todo Gerrard Street estaba decorado con los clásicos farolillos rojos, guirnaldas, luces, bolas y otros típicos adornos chinos.

Eran las 10 y media de la noche, cada vez hacía más frío y mi vejiga estaba en alerta máxima. Así que, tras recorrer la calle arriba y abajo durante 15 largos minutos decidimos que iríamos a un restaurante chino (nos costó mucho encontrarlo) y que, de los 4 tipos diferentes de cocina que se hacían (cocina china, cocina china, cocina china y cocina china) comeríamos cocina china // modo sarcasmo: Off.

El restaurante estaba bastante lleno y, como éramos unas cuantas personas haciendo cola, el encargado de comedor (que, mira por dónde, era chino) tuvo la genial idea de sentarnos a todos en la misma mesa. Eso sí, antes tuvo el detalle de preguntarnos si nos importaba. Con los ojos fuera de las órbitas y espuma en la boca, todos le dijimos que no, menos una chica que hizo un gesto extraño, seguramente porque no imaginaba que tendría una cena íntima y romántica con su churri y 7 personas más. Pero desde aquí, y sabiendo que no me leerá nunca, le daré un consejo a esta buena chica:
Mira, guapa, si quieres tener una cena romántica con tu novio, no vayas a un restaurante donde tengan el escaparate lleno de patos desplumados colgados de los huevos. Y si vas, al menos no hagas cara de falso estornudo cuando te digan de compartir mesa con 7 desconocidos. ¡Esto es lo mejor que te puede pasar!
Bajamos al segundo piso y nos sentaron en una mesa redonda. En total éramos 8: mis amigas y yo, la parejita romántica y dos super-osea-amigas. El restaurante era más bien pequeñito y tenía una decoración cutrilla, tirando a rancia, pero comimos bien.

Pedimos un menú para 4 personas. Para empezar nos trajeron una sopita de cangrejo. Tenía una textura... entre viscosa y gelatinosa. Al principio no me hizo mucha gracia pero, de verdad, en aquellos momentos tenía tanta hambre que me hubiera comido el camarero y todo.

El resto de platos eran los típicos que se pueden encontrar en cualquier restaurante chino de por aquí: arroz tres delicias, rollitos de primavera, ternera con bambú, abuelo pollo con almendras, cerdo agridulce, pan chino, etc.

A media cena me vinieron unas ganas irrefrenables de clavar los palillos chinos en los globos oculares de una de las súper-osea-amigas. En las dos horas que estuvimos cenando, no se calló ni un solo momento. No entendía casi nada de lo que decía, sólo sé que hablaba rapidísimo, con una voz de pito que superaba el nivel de decibelios permitidos y que, de vez en cuando, soltaba una de esos risas tan estúpidamente falsas. Lo más divertido de todo es que podíamos cachondearnos de ella delante de sus narices sin que se diera cuenta, muahahaha! (risa maléfica)

Pero eso no es todo. ¿Recordáis la parejita romántica que les parecía que la mejor forma de celebrar su aniversario era yendo a comer un cerdo agridulce? Pues resulta que no iban sólos a cenar, sino que se llevaron el típico amigo plasta que se autoinvita y que tiene que terminar viendo como los otros dos se meten mano. Lo más extraño es que hasta media cena no me di cuenta de que este peculiar ser había estado allí desde el principio.

Cuando acabamos de cenar, decidimos ir a hacer los postres en otro local de la misma zona, donde nos habían dicho que hacían unos batidos bastante peculiares. Después de que el hombre nos hiciera cara de falso estornudo diciéndole que a la hora de las cenas le estaríamos ocupando una mesa durante media hora sólo para tomar una bebida, nos sentamos y pedimos un batido.

Se trata de un batido de fruta normal y corriente, pero yo diría que hay mucha más variedad que aquí: aparte de los clásicos, también había de piña, melón, manzana, pera, naranja, plátano, frambuesa, etc. Lo que no sé es si era fruta sola o también llevaban leche. El caso es que añaden perlas de tapioca, que quedan en la base del vaso. También te ponen una cañita, más ancha de lo normal, para que puedan pasar las perlas.

Yo me pedí uno de sandía. Tengo que reconocer que me hizo gracia cuando me dijeron lo de las bolitas de tapioca, pero una vez vi aquellas cosas marrones similares a una caca de cabra flotando por elvaso, no me hizo mucha gracia y las dejé. Además, ya estaba bastante harta de la cena y el batido de 354531 litros que me llevaron me acabó de rematar.

Cuando nos acabamos el batido con caquitas ya era casi la 1 de la madrugada y, como al día siguiente nos teníamos que levantar temprano para poder visitar más cosas, hicimos un pensamiento.

Pasaron 20 o 30 minutos hasta que llegamos al Bed & Breakfast. Nos pusimos el pijama y caímos redondas en la cama. Al día siguiente nos esperaba un día muuuuuy largo.

sábado, 23 de enero de 2010

Perdida

Me encuentro en un prado. Está rodeado de árboles altos, verdes y espesos. Miro el cielo. Hace un día soleado y caluroso.

No sé dónde estoy ni cómo leches he llegado aquí, creo que me he perdido. De repente, oigo unas voces detrás mío. Me giro y veo un grupo de gente en una especie de campamento. Hay tiendas de campaña fabricadas con telas, lonas azules, troncos, trozos de madera y objetos metálicos. También hay una hoguera. La gente va arriba y abajo, cargando maletas y objetos personales. Parecen desconcertados. Parece que se han perdido, al igual que yo. No sé por qué, pero diría que todo esto me suena de algo.

De repente, alguien me llama. Me giro y veo a Jack Shephard (sí, el médico borracho de Lost) caminando hacia mí. Con él también hay Sawyer (baba) y el hobbit yonqui Charlie.
Anna! Vamos a explorar la zona. ¿Te apuntas? - Me dice Jack.
Y, claro, como que una no se estrella en la isla de Lost cada día y, mucho menos, le sale la oportunidad de ir a "explorar la zona" (o lo que sea) acompañada de Sawyer, pues digo que sí, evidentemente.


Dejamos atrás el campamento y nos adentramos en la selva. Caminamos durante un buen rato hasta que llegamos a un camino pedregoso que hace bajada. A nuestra izquierda hay selva, y a nuestra derecha un precipicio que te cagas, así que seguimos caminando.

Llegamos al final del camino, que queda cortado por un lago rodeado de paredes de roca escarpada y grandes rocas apiladas. La única forma de atravesarlo es escalar y saltar de roca en roca.

Justo antes de llegar al otro lado me viene a la mente un flash de apenas 3 segundos, (¡mira, como Desmond!), donde aparecen 3 hombres armados con cara de no haber tenido su momento All Bran durante días, situados encima de unas rocas muy parecidas a las que estamos atravesando en este momento. Pero pienso que son imaginaciones mías producidas por la deshidratación y el cansancio, y no le doy importancia.

No llegamos mucho más lejos, ya que se empieza a hacer tarde, y no nos gustaría encontrarnos en medio de la selva, de noche, y con Smokey jugando al escondite con nosotros.

Cuando llegamos otra vez al lago, hacemos el mismo recorrido que antes. Empezamos a escalar entre las rocas para rodearlo. Una vez estamos en el punto más alto (a unos 20 metros de altura, más o menos), Jack dice que tiene ganas de bañarse (manda coj****) y se lanza desde una roca. Sawyer, para no ser menos, se quita la camisa (baba + baba² * π + ∞) y también se tira de cabeza al agua, mientras el hobbit Charlie y yo nos quedamos sobre la roca, esperándoles.

De repente, veo 3 hombres desconocidos surgiendo de la selva y caminando hacia nuestra dirección. Acojonada, empiezo a bajar poco a poco por las rocas hasta donde está Sawyer, que todavía está nadando sin darse cuenta de nada, y le digo que los Otros vienen. Entro al agua y los dos nos escondemos en una pequeña gruta formada en la roca.

Desde nuestro escondite, llamo Charlie:
¡Tsssss! ¡Charlie, corre, baja y ven aquí antes que te vean! ¡Procura no hacer ruido!
Choff!

P*** hobbit...
Charlie se esconde. Los hombres, a orillas del lago nos buscan, como Robert De Niro buscando a su abogado en El Cabo del Miedo (¿¿Abogadooo?? ¡¡¡Abogadoooo!!! Sal, ratita, ¡quiero verte la colitaaaaa!).


Entonces, veo como Jack sale de su escondite y se dirige hacia ellos.
¡Está visto que el doctor quiere que lo maten! ¡Espera, que no morirás solo! - dice Sawyer
Sawyer, Charlie y yo salimos de la gruta y vamos a ayudar a Jack (maldita sea la vez que se le ocurrió la estúpida frase de Live Together, Die Alone). Cuando llegamos, vemos que el más corpulento de todos discute con Jack, por lo visto, quiere que le dé el arma, pero Jack no quiere y comienzan a gritar.


Uno de los hombres, nos apunta con un arma y grita:
¡Quietos! ¡Cómo mováis un solo pelo, os hago la raya en medio!
De repente, se oye un disparo. Sawyer ha sacado un arma que llevaba no me quiero ni imaginar dónde, y dispara al hombre corpulento, que del impacto de la bala choca contra la pared y cae al suelo. Los otros dos se acojonan.


Yo me acerco a uno de ellos e intento darle una buena hostia, pero fallo. Jack me coge del brazo y nos vamos corriendo. Entonces hay más disparos. Siento una especie de vibración que recorre todo mi cuerpo, pero yo, como buena compañera sensible y solidaria que soy, no paro de correr, ni siquiera para ver si Jack o Sawyer han caído en el suelo o están heridos. No. Yo pim pam, pim pam, y cuando llegue al campamento, si eso, ya les preguntaré si están bien (en caso de que no hayan caído en manos de los Otros).

Entonces, por fin, llegamos al campamento. Veo dos coches de los Mossos aparcados delante de una de las tiendas. Me acerco y, aún resoplando, les pregunto qué ha pasado.
Tranquila, ya los hemos atrapado... Emmm... Bueno, de hecho todavía no, estamos trabajando en ello, pero lo decía por quedar bien. Suerte que no os han herido.
De repente, Jack, que se encuentra a mi lado, se desploma en el suelo, herido. Entonces me miro y me doy cuenta que tengo toda la camiseta manchada de sangre, una de las balas me debe haber atravesado el abdomen y me estoy desangrando. Empiezo a marearme y me desmayo, mientras oigo la voz de Sawyer maldiciendo:

Son of a bitch!
Fundido en negro y... finalmente me despierto.




Sí, sí. Como lo oís. Toda esta historia que parece salida de un capítulo real de Lost, ha sido lo que he soñado esta noche. No sé si toda esta paranoia será fruto de las ganas que tengo de que empiece la sexta y última temporada de la serie (el próximo 2 de febrero), pero desde luego hacía tiempo que no soñaba algo tan surrealista como ésto (la última fue la historia del Ossito-come-bocatas, que podéis leer aquí), así que me he levantado a media noche, he cogido papel y boli, y me he apuntado todo para no olvidarme de ningún detalle. Así, una vez más, demuestro a mis (pocos) lectores que hago honor al nombre del blog.

Nota: No es que dude de la eficiencia, la profesionalidad y la calidad visual de los Mossos, por no hablar de la capacidad de aparecer allí donde menos se les espera más se les necesita, - quien dice a la isla de Lost, dice a la rotonda de Montgat a las 4 de la tarde - ¡todo lo contrario! Así que no tengo ni la menor idea de porqué han salido representados de esta manera tan... tan... Ehh... Uhh... Fundido en negro.