jueves, 27 de agosto de 2009

El nº10

Y diréis:
¿El nº10 de qué?
Si recordáis, en la última entrada escribí una parrafada titulada Los 10 Mandamientos de la Playa. Y si no lo recordáis, no pasa nada, podéis desplazaros página abajo y os encontraréis con ella. Sí, lo sé, podría haber puesto un enlace directo para que vayáis solamente haciendo un clic, pero no me da la gana.

Aunque estemos en verano y haya gente que esté todo el día tocándose los [CENSURADO], haciendo tests chorras en el Facebook o escribiendo paridas en el blog (que no es mi caso, REPITO, no es mi caso) , no os cogerá ninguna rampa en el dedo para hacer rodar la ruedecita del mouse o, en su defecto, mover la barra de desplazamiento. ¡Vagos, que sois una panda de vagos!


Pasado este momento de calentamiento mental...

Total, veréis que falta el décimo mandamiento, así que mi hermano (sí, el de los calamares rellenos), se puso a escribir una parrafada a modo de cachondeo relacionada con la playa y me la envió como punto nº 10. Bueno, de hecho no es un mandamiento, pero lo cuelgo igualmente al blog porque el escrito es brutal y muy cachondo.

Aquí os lo dejo:




Los tíos y la playa, por Jordi Valero

La playa, qué lugar tan bonito. Arena blanca, el sonido de las olas, la brisa marina con sabor a salitre y combustible de barco pesquero, y esa sensación tan agradable de flotabilidad al bañarse. Un lugar ideal para relajarse y hacer el burro con los amigos. Pero no, los tíos no vamos a la playa para disfrutar de todas estas cualidades.

Nos importa un pepino el bronceado, lo mal que nos queda el bañador, si el sol aprieta y estamos a punto de quedar flameados como un carajillo. Nos da igual si hace más viento que el Cap de Creus, o si en el agua hay más compresas que en el super. E incluso nos la trae floja si el magnum white nos cuesta un ojo de la cara, un riñón, y los dos huevos.

Sólo nos interesan las churris. Siempre nos ponemos a cerca de dos churris bonitas. Sabemos que tenemos tantas posibilidades de ligar con ellas como de que termine la construcción de la Sagrada Familia, pero aun así hacemos ver que no las hemos visto y nos ponemos cerca de ellas, en un intento patético de disimulo. Las churris saben que no hemos caído allí por casualidad y, o bien pueden sonreír tímidamente entre ellas, o poner cara de asco como aquel que pisa una mierda de perro maloliente con moscas verdes. Si se produce esta última opción hay que perder toda esperanza de que alguna de las churris se fije en tus michelines y piense "qué chico más interesante".

Si por casualidad alguna de ellas, o las dos, se quitan la parte de arriba del bikini aprovechamos para mirar en el preciso instante en que parece que no tienen puesto el radar. Craso error; ellas saben que miramos, aunque no nos vean la boca abierta y la babilla cayendo como si nos hubiéramos tomado una caja de Tranquimazin.

Si además tienen unos pechos generosos y el pezón bonito, el tema de conversación con tu amigo de batallas queda reducido a un intercambio monotemático donde las guarradas van y vienen como las olas. Gran momento también cuando las churris deciden hacer un baño simbólico, principalmente para vernos la cara de bobos mientras vuelven a la arena y decir "mira estos dos salidos, no paran de mirar...".

Ellas no lo saben (o si...), pero durante su incursión marina (donde seguro que se mean al agua, al igual que nosotros) las hemos repasado de arriba abajo, las hemos puntuado, y hemos evaluado cuál de ellas está mejor (básicamente por la forma de mover el culito mientras se aleja hacia el mar).
El momento estrella llega cuando por arte de Birla-birloque aparecen dos amigos suyos (de los que se pasan todo el día al gimnasio, no como nosotros, que somos gente culta y mientras no hablamos de marranadas leemos algo) y vemos que las hacen reír. No sabemos qué les dicen; seguramente alguna subnormalidad garrula, pero como no tienen michelines, ellas les ríen todas las gracias.

Para nosotros sólo hay miradas tipo pisarla mierda-con-moscas-verdes, aunque leamos Kafka (que tampoco es el caso). Así que unos garrulos de gimnasio con un cuarto de neurona (mi amigo y yo todavía la conservamos entera) se nos llevan las churris como el viento que se lleva un grano de arena. Así es la vida del voyeur playero. Culo veo, culo quiero, y a dos velas me quedo.


Y después de un monólogo tan sublime, sólo puedo hacer una cosa:

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